jueves, 4 de septiembre de 2008
Escribir. Morir. Comer. Tener ganas de escuchar historias tristes y de no desperdiciar la propia vida.
Hace no mucho tiempo vi un programa que trataba de la felicidad. Se decía que la tristeza proviene de la ociosidad, de tener tiempo para pensar en la miseria: propia o ajena. Soy triste, luego, soy ociosa, pensé. Decidí ocuparme, no mucho: sólo lo necesario para lograr mi manutención. Ya no me siento triste, es cierto, pero me siento cansada y un tanto preocupada. No se sigue de esto que me sienta feliz al fin. No. La felicidad debe venir de otro lado, que no de la ausencia de ociosidad. Acaso de las cafiaspirinas, que surten el curioso efecto de ponerme contenta. No lo sé. Pero me gusta la tristeza y la extraño. Ayer la sentí, ligera, delgada, tenue, dolorosa, gris. La disfruté.
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