domingo, 14 de septiembre de 2008

Las cosas que se acaban. Las cosas que se extrañan. Las cosas que no existen. Las cosas que uno no sabe si existieron. Las cosas que se van.

Deslizo la carta de Anny en la valija; me ha dado lo que podía; no consigo remontarme a la mujer que la ha tenido en sus manos, que la ha doblado e introducido en el sobre. ¿Es siquiera posible pensar en alguien metido en el pasado? Mientras nos amamos, no permitimos que el mas ínfimo de nuestros instantes, el más leve de nuestros pesares se desprendiera de nosotros y quedara rezagado. Nos lo llevábamos todo, y todo permanecía vivo: los sonidos, los olores, los matices del día, los mismos pensamientos que no nos habíamos dicho, no cesábamos de gozarlos y padecerlos en el presente. Ni un recuerdo; un amor implacable y tórrido, sin sombras, sin perspectivas, sin refugio. Tres años presentes a la vez. Por eso nos separamos; no teníamos las fuerzas para soportar la carga. Y cuando Anny me dejó, los tres años se derrumbaron en el pasado, de un solo golpe, de una sola pieza. Ni siquiera sufrí; me sentía vacío. Después, el tiempo reanudó su curso y el vacío se agrandó. Y en Saigón, cuando decidí regresar a Francia, todo lo que aún restaba -rostros extraños, lugares, muelles a la orilla de largos rios-, todo se aniquiló. Y ahora mi pasado es un enorme agujero.


Jean Paul Sartre - La Nausea

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