Presta acostumbro alejarme de todo lo que algún daño pueda causarme: un pastelito de chocolate relleno de deliciosa crema con sabor a vainilla, un bonito zapato que por su perfecta conformación no se acopla a mi ‟ligeramente‟ chueco pie, cualquier persona que me deprima ( ‟¡Jo! ¡Cómo me deprimió aquel tío! No es que fuera mala persona, de verdad. Pero es que no hace falta ser mala persona para dejarlo a uno hecho polvo‟, más o menos dice Salinger en ‟El guardián entre el centeno‟). Llámenme cobarde, si quieren, pero si no me cuido yo, ¿quién? A veces, cuando algo atractivo amenaza con destruirme, procuro ahogar mi deseo repitiéndome: ‟es por tu bien‟. Así, debido a que por puro morbo he dedicado algunos minutos de mis largos días a leer el periódico ‟El metro‟ y a que he notado en mí cierta disposición a comentar y lamentar lo desafortunado de la existencia humana: expuesta constantemente al peligro de una muerte violenta o a la delincuencia, he decidido no volver a posar mi mirada curiosa en tal periódico: por mi bien.
(viernes 20 de julio de 2007)
domingo, 10 de agosto de 2008
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