-¡Oh! Eso es imposible, porque desde niña habitó en mí siempre una firme voluntad de estar triste y nada ni nadie podrá apartarme de mi voluntaria melancolía.
Vila-Matas. Una casa para siempre.
Hoy pudo hacer una broma, todos rieron. Se sintió un poco orgullosa de sí misma: por fin la gente se sentía alegre cerca de ella. Recordó la ocasión en que estando no tan ligeramente ebria contó el único chiste que inexplicablemente sabe -¿qué es blanco, negro, blanco, negro, blanco, negro, rojo?... un pingüino cayendo de las escaleras- y hubo un sujeto, que seguro estaba tan perdido como ella, que instantáneamente empezó a reír. Ambos rieron. Y luego se recordó a sí misma cuando, niña, reía por cualquier tontería hasta que la panza le dolía... un mal día se dijo que eso la hacía ver mal y, entonces, dejó de reír. Se volvió triste, aunque cree que eso fue culpa de Baudelaire, ya que éste en alguna parte escribió que lo bello debía ser triste o melancólico o enfermo o algo así. Y como ella es muy influenciable quiso ser bella para Baudelaire. Tan influenciable como cuando empezó a leer al Marqués de Sade y quiso ser libertina, pero eso no duró mucho porque leyó la Divina Comedia y eso de los castigos infernales le resultó muy digno de ser temido, así que prefirió el recato y las buenas costumbres, por si acaso. Lo que sí es un hecho es que se tomó muy en serio eso de ser triste: todas las mañanas se pregunta -muy apegada a su papel de mujer melancólica- para qué la vida, y se imagina consumiendo cien aspirinas, aunque ese método le produce, no sabe bien por qué, cierta desazón.
(sábado 26 de abril de 2008)
domingo, 10 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario