Debido a que el hombre posee pulmones y sangre caliente, las temperaturas bajas -o altas- pueden facilmente matarlo. No pasa así con el cachalote -dice Melville en Moby Dick- que, aunque se asemeja al hombre en esos aspectos fisiológicos, puede sentirse a sus anchas en todas latitudes, en todas las aguas, las temperaturas y las mareas, debido a la espesa manta de grasa que lo envuelve. La ballena es un ser que se muestra incólume ante la adversidad climática que bien puede asolar al frágil ser humano -en su estado natural, claro-, de ahí que Melville diga:
Me parece que en esto vemos la rara virtud de una poderosa vitalidad individual, y de los muros espesos, y de la enorme corpulencia interior del cachalote. ¡Ah, hombre! ¡admira y refléjate en la ballena! ¡consérvate tibio en medio del hielo! ¡Permanece frío en el Ecuador, y haz que tu sangre siga corriendo en el Polo! Como la gran Cúpula de San Pedro y como la gran ballena, conserva, hombre, tu propia temperatura en todas las estaciones.
Pero, ¡qué fácil e inútil es enseñar estas cosas tan hermosas! Entre los edificios, ¡Qué pocos tienen la Cúpula de San Pedro! Entre las criaturas, ¡qué pocas tienen la grandiosidad de la ballena!
Uno puede ir por ahí haciendo como que nada de lo que ocurre a su alrededor le afecta, pero de ahí a que en serio nada le afecte, hay un trecho... dicen que hay hombres superiores, sabios, que pueden contemplar el mundo sin turbarse; yo, definitivamente, no soy de esos, y lo lamento: sólo soy una cosa pequeña (no me estoy autocompadeciendo, eh). Y no, señores, no me compadezcan, no es su lástima lo que quiero; lo que quiero es plasmar lo que pasa por mi cabeza... es absurdo, sí, pero díganme, ¿qué no es absurdo?
De cualquier forma, yo quiero ser ballena.
(martes 4 de septiembre de 2007)
domingo, 10 de agosto de 2008
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