martes, 26 de agosto de 2008

Asesinos seriales

Reseña inconclusa e inconexa de un documental:


Ayer vi un documental sobre asesinos seriales: personas que, ya sea porque tienen algún daño cerebral o porque fueron maltratados o humillados severamente durante su infancia, han desarrollado un gusto malsano por torturar, violar y asesinar a gente inocente... El psiquiatra encargado de tratar clínicamente tanto a asesinos seriales consumados como a asesinos seriales en potencia, sostenía que la necesidad del asesino de cometer un crimen se asemeja al deseo de saciar el hambre, y que una vez realizado el acto de salvajismo, el criminal se siente relajado y de buen humor: no hay culpa, no hay pena.
Algunos de los asesinos seriales se muestran a sí mismos convencidos de que sus actos están plenamente justificados, creo, no obstante, que no son conscientes de la brutalidad con la que se atrevieron a destruír la existencia de otro ser humano: tan insignificante o, en el mejor de los casos, tan importante y llena de sentido como la del asesino mismo.
No me queda más que sentir repudio por cualquier acto que atente voluntariamente contra la integridad y el bienestar de cualquier ser humano. Pese a lo absurdo del mundo, nadie debería ser ultrajado. Nadie.

lunes, 18 de agosto de 2008

Pormenores

Por fin pude dormir. Estaba preocupada.
Soñé que mi familia era perseguida por los militares de un gobierno fascista.
En mi nuevo hogar, las otras inquilinas empiezan a hacer ruido a las 5:00 am.
Me hundo a la mitad de la cama. Ahora sí uso almohada.
Me cambié de casa para comer cereal cuando yo quiera.
Colgué un cuadro con la imagen de una tarde de otoño: muy naranja.
Compré una escoba, café, galletas y una taza.
Ayer, muy temprano, escuché el llanto de alguien.
Ya casi no tengo miedo.
Me agrada mi -posible- trabajo.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Una casita de cartón

Ya pagué el alquiler de mi futuro hogar: un cuarto pequeñito que se me figura una casita de cartón. Temo, acaso porque mi casero es un tipo gordito y rubio que tiene a bien portar dos mechones rojos de pelo que se asemejan a un par de cuernos. No puedo dejar de mencionar el calor sofocante y el interior laberíntico y malsanamente blanco aunque oscuro, y el grande espejo de marco dorado que le deforma a uno el cuerpo. Temo y, sin embargo, no lo pensé dos veces para cerrar el trato y firmar el largo reglamento que, entre otras cosas, me prohibe llevar hombres a casa. No me quejo. Pude mirar a hurtadillas la habitación de una de mis compañeras: un verdadero desastre... seguro tendré cosas que escribir respecto a lo que me espera, pero temo.

domingo, 10 de agosto de 2008

Hoy pudo hacer una broma

-¡Oh! Eso es imposible, porque desde niña habitó en mí siempre una firme voluntad de estar triste y nada ni nadie podrá apartarme de mi voluntaria melancolía.

Vila-Matas. Una casa para siempre.



Hoy pudo hacer una broma, todos rieron. Se sintió un poco orgullosa de sí misma: por fin la gente se sentía alegre cerca de ella. Recordó la ocasión en que estando no tan ligeramente ebria contó el único chiste que inexplicablemente sabe -¿qué es blanco, negro, blanco, negro, blanco, negro, rojo?... un pingüino cayendo de las escaleras- y hubo un sujeto, que seguro estaba tan perdido como ella, que instantáneamente empezó a reír. Ambos rieron. Y luego se recordó a sí misma cuando, niña, reía por cualquier tontería hasta que la panza le dolía... un mal día se dijo que eso la hacía ver mal y, entonces, dejó de reír. Se volvió triste, aunque cree que eso fue culpa de Baudelaire, ya que éste en alguna parte escribió que lo bello debía ser triste o melancólico o enfermo o algo así. Y como ella es muy influenciable quiso ser bella para Baudelaire. Tan influenciable como cuando empezó a leer al Marqués de Sade y quiso ser libertina, pero eso no duró mucho porque leyó la Divina Comedia y eso de los castigos infernales le resultó muy digno de ser temido, así que prefirió el recato y las buenas costumbres, por si acaso. Lo que sí es un hecho es que se tomó muy en serio eso de ser triste: todas las mañanas se pregunta -muy apegada a su papel de mujer melancólica- para qué la vida, y se imagina consumiendo cien aspirinas, aunque ese método le produce, no sabe bien por qué, cierta desazón.

(sábado 26 de abril de 2008)

Fragmento o pedacito de alguien

Lo excita verme llorar. Me hace el amor para curarme, dice. Tiene bonitos ojos y su cabello siempre huele bien. Sus labios son tan suaves como la carne de una uva fresca. Me gusta cuando es sólo para mí y él es él y yo soy yo.

(jueves 18 de octubre de 2007)

De caminar y morir


Camino todo el día. Voy de aquí para allá. Sólo doy vueltas. Ya estaría muerta, si no fuera porque no me gusta la idea de que alguien se dé tremendo susto al encontrarme inerte. Pobre. Y tampoco soporto pensar en mi cuerpo pudriéndose. Qué culpa tiene él de que yo, a veces, no lo quiera.

(jueves 18 de octubre de 2007)

Quiero ser ballena

Debido a que el hombre posee pulmones y sangre caliente, las temperaturas bajas -o altas- pueden facilmente matarlo. No pasa así con el cachalote -dice Melville en Moby Dick- que, aunque se asemeja al hombre en esos aspectos fisiológicos, puede sentirse a sus anchas en todas latitudes, en todas las aguas, las temperaturas y las mareas, debido a la espesa manta de grasa que lo envuelve. La ballena es un ser que se muestra incólume ante la adversidad climática que bien puede asolar al frágil ser humano -en su estado natural, claro-, de ahí que Melville diga:

Me parece que en esto vemos la rara virtud de una poderosa vitalidad individual, y de los muros espesos, y de la enorme corpulencia interior del cachalote. ¡Ah, hombre! ¡admira y refléjate en la ballena! ¡consérvate tibio en medio del hielo! ¡Permanece frío en el Ecuador, y haz que tu sangre siga corriendo en el Polo! Como la gran Cúpula de San Pedro y como la gran ballena, conserva, hombre, tu propia temperatura en todas las estaciones.
Pero, ¡qué fácil e inútil es enseñar estas cosas tan hermosas! Entre los edificios, ¡Qué pocos tienen la Cúpula de San Pedro! Entre las criaturas, ¡qué pocas tienen la grandiosidad de la ballena!

Uno puede ir por ahí haciendo como que nada de lo que ocurre a su alrededor le afecta, pero de ahí a que en serio nada le afecte, hay un trecho... dicen que hay hombres superiores, sabios, que pueden contemplar el mundo sin turbarse; yo, definitivamente, no soy de esos, y lo lamento: sólo soy una cosa pequeña (no me estoy autocompadeciendo, eh). Y no, señores, no me compadezcan, no es su lástima lo que quiero; lo que quiero es plasmar lo que pasa por mi cabeza... es absurdo, sí, pero díganme, ¿qué no es absurdo?


De cualquier forma, yo quiero ser ballena.

(martes 4 de septiembre de 2007)

Impaciente por arrojarme

No, aún no lo hago, pero ya sé qué voy a sentir cuando lo haga (imagine el lector que ya lo he hecho):


Me arrojé al vacío, perdón, a la vida independiente. El otro día vi una película llamada El Odio (La Haine de Mathieu Kassovitz); ahí se cuenta la historia de un hombre que se arroja de un edificio muy alto; mientras va cayendo se repite para tranquilizarse: "hasta ahora todo está bien..." así, hasta que se estrella con el pavimento. Lo mismo me repito yo: "hasta ahora todo está bien...".



Después de todo, creo que ya voy en picada.

(sábado 18 de agosto de 2007)

No te vayas

Quiso que habláramos. Accedí. En ese tiempo yo solía cargar un fólder lleno de hojas de papel (en su mayoría innecesarias para mis labores escolares). Mis nervios se hicieron presentes y las hojas cayeron al suelo. Él, demostrando gran habilidad, las recogió y ordenó rápidamente (lo miré con profunda admiración); entramos a un salón de clases, nos sentamos frente a frente.

Ahí estaba yo, una vez más, contemplándolo anonadada.

Me pidió que imaginara que sólo existíamos él y yo, que fuera de aquel salón no había más que vacío. Yo, obediente, lo imaginé... nada me hubiera gustado más en el mundo: "seguramente moriremos de hambre pero antes haremos el amor", pensé. Nada de eso pasó... llegó el momento en que debía irme y fue entonces cuando, con voz baja, dijo: "no te vayas". Yo lo escuché pero no pude creerlo... me fui.


No volví a verlo.

(domingo 12 de agosto de 2007)

De la tristeza

La tristeza es una sustancia gris y sutil que se hospeda dentro de mí (bueno, así la imagino). Creo que le agrado porque, con frecuencia, se queda a dormir conmigo. A veces me visita por la mañana con la sola intención de despertarme e, incluso, la he sorprendido intentando entrar por mi ventana -tanta confianza me tiene que es un poco desvergonzada-. Yo la dejo estar en mí y, mientras tanto, la respiro, palpo y pruebo, pero hago lo posible para no escucharla porque luego me hace llorar. De vez en cuando me hace enojar y, entonces, me la trago de un sólo bocado; no obstante, es necia y se aferra a mi pecho y ahí se queda, cual bola espinosa, lastimándome. Sin embargo, nos llevamos bien. Cuando la dejo estar en mis ojos, todo lo que me rodea se pinta -o se despinta- de gris y, cuando la descubro en los ojos de otro, la saludo y hasta le sonrío.

(domingo 29 de julio de 2007)

De alejarse

Presta acostumbro alejarme de todo lo que algún daño pueda causarme: un pastelito de chocolate relleno de deliciosa crema con sabor a vainilla, un bonito zapato que por su perfecta conformación no se acopla a mi ‟ligeramente‟ chueco pie, cualquier persona que me deprima ( ‟¡Jo! ¡Cómo me deprimió aquel tío! No es que fuera mala persona, de verdad. Pero es que no hace falta ser mala persona para dejarlo a uno hecho polvo‟, más o menos dice Salinger en ‟El guardián entre el centeno‟). Llámenme cobarde, si quieren, pero si no me cuido yo, ¿quién? A veces, cuando algo atractivo amenaza con destruirme, procuro ahogar mi deseo repitiéndome: ‟es por tu bien‟. Así, debido a que por puro morbo he dedicado algunos minutos de mis largos días a leer el periódico ‟El metro‟ y a que he notado en mí cierta disposición a comentar y lamentar lo desafortunado de la existencia humana: expuesta constantemente al peligro de una muerte violenta o a la delincuencia, he decidido no volver a posar mi mirada curiosa en tal periódico: por mi bien.

(viernes 20 de julio de 2007)

Matanza

Decidí lavar el baño. No con sorpresa descubrí una legión de hormigas bajo el cesto de la basura. Definitivamente iban a morir; la cuestión radicaba en cómo: si bajo mis chancletas o ahogadas. Mientras decidía, unas cuantas se ahogaban. Pensé, debe ser peor morir ahogado, así que las pisoteé. El baño quedó reluciente. No quedó rastro de la matanza. Luego, un cosquilleo en mi hombro evidenció la presencia de una sobreviviente. No quiero hormigas en mi cuarto -volví a pensar- y, tomándola entre mis dedos gordo e índice, la aplasté. No sentí remordimientos. No suelo ser tan mala, pensé una vez más.

(viernes 25 de mayo de 2007)

No hay que amar

No, señores, no hay que amar. Si de algo me gusta hablar es de amores y, sobre todo, de desamores. Cuando un buen amigo, con ojos llorosos y rostro demacrado, me cuenta de un nuevo desventurado amor, yo, emocionada, lo consuelo diciéndole que eso que siente es una de esas cosas por las que vale la pena vivir, pues, esa emoción -por dolorosa que sea-, debido a su intensidad, es digna de experimentarse y mejor que "el torturante sentir que no se siente"*... soy ingenua -y cruel-. No es que jamás haya sido "amablemente" pisoteada por un supuesto amor, es que tengo mala memoria. Pero no se preocupen, queridos amigos, el destino les hace justicia, pues, una vez más soy presa de los tormentos de un amor desgraciado.



*Jaspers

(martes 22 de mayo de 2007)

Digamos

¿Ha usted despertado, por la mañana, sintiéndose tan triste e indiferente que si algo o alguien, digamos, un amable carnicero, lo cortara lentamente en rebanadas delgadas, desde la punta del dedo gordo del pie hasta la cima de la cabeza, no le importaría?
¿Ha usted deseado intensamente -durante una bella tarde nublada- que un hombre gigante le encaje un tenedor muy grande, digamos, en la panza y que, posteriormente, deguste su suave y jugosa carne?
¿No?, pues qué optimista.

(miércoles 25 de abril de 2007)

Búrlense de mí

Han pasado varios años desde que empecé a llamarle por teléfono. No me interesa hablar con él, ni saber cómo está. Lo que quiero es que escuche sonar el teléfono, que interrumpa cualquier actividad que esté realizando y que, al levantar el auricular, diga "bueno"... nada más; por eso sólo le llamo para colgarle una vez que he escuchado su voz. Él sabe que soy yo y, para mi sorpresa, no le molesta, incluso le divierte.
Como pueden ver, gusto de irrumpir en su vida -en esa vida que me es ajena- de la forma más patética que encontré...queridos lectores, búrlense de mí.
(domingo 22 de abril de 2007)

Celos enfermizos

Las 9:30 pm, no te veré y esperar el día siguiente me parece insoportable, sobre todo porque no tengo sueño. Dormir es la única salida a la eternidad que me espera. Te necesito. Siento como si estuviera jalando una cuerda con el fin de hacer caer una gran muro de piedra sobre mí. Si te dejo, la soledad me resultará un infierno: las horas atravesarán -cual navajas muy filosas- mis entrañas. Si me quedo contigo, temo que enloqueceré, pues mi cabeza gusta de fantasear: cuando logro, después de unir fragmentos de ti, darle sentido a una historia en la que sigilosamente entablas una relación amorosa con otra -seguramente una golfa, tipeja, perdida...-, siento que mi estómago se revuelve, mi visión se nubla y empiezo a sudar frío... quiero destruírte y a ella -esa- también. No quiero lastimarte, tengo miedo.
(jueves 12 de abril de 2007)

Náuseas grises

Él tenía unos ojos hermosos, grandes y claros... sé que, aunque lo describa minuciosamente, si usted no lo ha visto, no podrá imaginarlo tal cual es - o era. Quizá se lo ha topado por la calle, es su amigo o su pariente, pero le garantizo que para usted no significa lo que para mí. Usted no ha sentido náuseas -como yo- al saberlo cerca. En una ocasión me encontraba en el patio de mi casa, rodeada de paredes color vino y pequeños árboles verdes, bajo un cielo azul salpicado de nubes; él y yo hablábamos por teléfono, me dijo que amaba a [...] y yo, por primera vez, le creí. Juro que todo se volvió gris: el cielo, las paredes, los árboles y yo.

(martes 10 de abril de 2007)

Otra vez

Supongo que no quiero vaciar mi vida. Bastante vacía está ya.