martes, 30 de septiembre de 2008

Alicaída

El tiempo sigue pasando: pasa y se va y yo sólo lo miro detenidamente, distraídamente, silenciosamente, agobiadamente y hasta apesadumbradamente.
Alicaída me rebujaría en tu regazo y tocaría tus labios con los míos para así olvidarme de la fea calle anegada en sol y del tiempo que huye de mí, llevándose consigo hasta lo bonito que de mí quedaba: la esperanza y un poquito de helada inocencia.
Soñolienta y erubescente me encuentro: enemiga de las tardes soleadas y los asesinos seriales y no tan seriales; amante de los árboles y de los nubarrones, así como de los boreceguíes y el cereal con leche; seria, alegre, tristísima; degustadora de alientos cálidos y fríos: de pocos (ya que en su poquedad radica su extrañeza y efímero encanto)...
Seguro no soy eso, seguro escribo para llenarme de palabras y no de soledades...
Alicaída sí, hoy sí.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Las cosas que se acaban. Las cosas que se extrañan. Las cosas que no existen. Las cosas que uno no sabe si existieron. Las cosas que se van.

Deslizo la carta de Anny en la valija; me ha dado lo que podía; no consigo remontarme a la mujer que la ha tenido en sus manos, que la ha doblado e introducido en el sobre. ¿Es siquiera posible pensar en alguien metido en el pasado? Mientras nos amamos, no permitimos que el mas ínfimo de nuestros instantes, el más leve de nuestros pesares se desprendiera de nosotros y quedara rezagado. Nos lo llevábamos todo, y todo permanecía vivo: los sonidos, los olores, los matices del día, los mismos pensamientos que no nos habíamos dicho, no cesábamos de gozarlos y padecerlos en el presente. Ni un recuerdo; un amor implacable y tórrido, sin sombras, sin perspectivas, sin refugio. Tres años presentes a la vez. Por eso nos separamos; no teníamos las fuerzas para soportar la carga. Y cuando Anny me dejó, los tres años se derrumbaron en el pasado, de un solo golpe, de una sola pieza. Ni siquiera sufrí; me sentía vacío. Después, el tiempo reanudó su curso y el vacío se agrandó. Y en Saigón, cuando decidí regresar a Francia, todo lo que aún restaba -rostros extraños, lugares, muelles a la orilla de largos rios-, todo se aniquiló. Y ahora mi pasado es un enorme agujero.


Jean Paul Sartre - La Nausea

Polvo

"¡Jo! ¡Cómo me deprimió aquel tío! No es que fuera mala persona, de verdad. Pero es que no hace falta ser mala persona para dejarlo a uno hecho polvo‟.

Salinger: ‟El guardián entre el centeno‟

Porque sí

Nadie dice tantas obviedades como yo:

N.: S., ¿por qué ya no vives aquí?

S.: Porque me mudé.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Escribir. Morir. Comer. Tener ganas de escuchar historias tristes y de no desperdiciar la propia vida.

Hace no mucho tiempo vi un programa que trataba de la felicidad. Se decía que la tristeza proviene de la ociosidad, de tener tiempo para pensar en la miseria: propia o ajena. Soy triste, luego, soy ociosa, pensé. Decidí ocuparme, no mucho: sólo lo necesario para lograr mi manutención. Ya no me siento triste, es cierto, pero me siento cansada y un tanto preocupada. No se sigue de esto que me sienta feliz al fin. No. La felicidad debe venir de otro lado, que no de la ausencia de ociosidad. Acaso de las cafiaspirinas, que surten el curioso efecto de ponerme contenta. No lo sé. Pero me gusta la tristeza y la extraño. Ayer la sentí, ligera, delgada, tenue, dolorosa, gris. La disfruté.

No lo parece pero este escrito se hizo a propósito para (mal) contar un fragmento pequeñito de la historia de Michael K.

Bueno. Me da por escribir cuando leo otros blogs: así que he de escribir. Quiero primero mencionar que olvidé señalar en mi post anterior de qué murió el simpático Augusto Pérez que, como es sabido, murió porque así lo quiso don Miguel, aunque uno duda de si en verdad murió porque -como el mismo Augusto dice-: no puede morir lo que no existe... pero don Miguel afirma que murió porque creyéndose moribundo, al más puro estilo de los condenados a muerte, comió tanto que sufrió un paro cardiaco o algo así. Murió y luego don Miguel quiso resucitarlo, pero eso sí ya no era posible. Le pasó lo que a Michael K (el de J. M. Coetzee)cuando, hambriento, optó por matar una oveja con sus propias manos: la atrapó y no la soltó hasta haberla ahogado en una ciénaga -si no mal recuerdo-, para luego, al verla inmóvil y doliente, hecha una piltrafa, quiso darle una palmadita y volverla a la vida, pero ya no pudo, asi que no le quedó más remedio que comerla... con tristeza.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Augusto Pérez

Bien. He vuelto a leer Niebla de Unamuno. Bonito libro. Me declaro admiradora del no existente Augusto Pérez, de su ligereza, inocencia, ingenuidad, profundidad... en fin, de su ser de soñador que es soñado. Murió Augusto Pérez aún antes de haber muerto. Murió dudando que existía. Pero no guardó silencio y le hizo saber a su creador lo que pensaba de él cuando éste, Unamuno, algo irritado por la altanería de Augusto, le hace saber que lo matará, puesto que puede hacerlo:

"–¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz."
"–¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima..."

Augusto, como se dice coloquialmente, nos llevó a todos entre las patas. Todos hemos de morir, si no es que muertos ya estamos. Muertos. Muertos. Sin embargo, no deja de causarme gran simpatía ese Augusto Pérez -ente de ficción- y menos cuando se despide de Unamuno mediante un telegrama en el que escribe:

«Salamanca.

Unamuno.

Se salió usted con la suya. He muerto.

Augusto Pérez.»


Es sin duda un bello reproche, algo triste, no obstante.

Simplicidad

Parece que el hecho de hablar, de contar, de contarse, sirve para llenar de sustancia la propia vida -la propia existencia-, evitando así caer en la simplicidad. Sin embargo, yo no dejo de notar en mí enormes lagunas de ser. Con frecuencia me descubro preguntándome de qué tanto hablan aquellos que siempre tienen algo que contar y sufro cuando me siento obligada a entretener a alguien con una charla amena... casi como cuando creo que debo saludar a alguien. Debo pues suponer que mi vida carece de alguna sustancia, que está llena más que de "contenidos", de vacíos. En fin, no hay más. Veré qué puedo hacer con mi simplicidad.