viernes, 2 de enero de 2009

Asfixia

La escuché decirlo insistentemente; me habló de lo mucho que me necesita: sus ojos enrojecieron, casi lloraron. Yo la miraba, la escuchaba; sabía que pese a su habilidad persuasiva no podría obtener el uso pleno de mi tiempo. Al fin dije: No. Bajó la mirada, su cuerpo se encorvó ligeramente. Me sentí decididamente mal, a punto estuve de retractarme, de entregarle mi vida una vez más, pero algo invisible que oprimía mi pecho, una sensación parecida a la asfixia, me contuvo. Supe que moriría con ella si aceptaba su proposición; así que dije: Si me quedo contigo, terminaré suicidándome. Guardó silencio. Con la intención de aligerar la pesadez, seguí: Quisiera querer ayudarte, pero no... no quiero. Sonrió amargamente. Desistió. Sin embargo, el malestar continúa en mí.

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